Cuando se aprobó la Constitución de 1978 violaron flagrantemente la teoría de la Separación de Poderes. Se dijo en su momento, y continúan repitiéndolo, cosas grandilocuentes respecto a la independencia de uno u otro poder, pero objetivamente, no es que se esté politizando los diversos ámbitos (que también), sino que tal y como está elaborada la Constitución no existe una separación real y, por tanto, hace imposible tal independencia.
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Las consecuencias de todo ello, es una enorme concentración de poder en la clase política, un dominio sobre los estamentos jurídicos y socio-políticos; el privilegio del ejecutivo de legislar a base de reales decretos, porque tiene la misma composición de mayoría en el Congreso que puede ratificarlo; una pérdida de garantías de los derechos fundamentales del ciudadano frente al poder de los grupos sociales o políticos que pueden cambiar los asientos jurídicos en pos de la presión social. Una pérdida real del contrapeso judicial ante la irresponsabilidad del legislativo, lo que provoca una inseguridad jurídica ante la ciudadanía y el sistema económico de mercado, dada la facilidad de un omnímodo poder del Gobierno para regular cuales leyes quiera que pisoteen de manera franca los más fundamentales derechos de los ciudadanos.