7 feb 2024

Así es cómo la Alemania nazi creó una sociedad de espectadores frente al horror

El relato de Haffner ilustra el autoengaño y la negación mediante los cuales muchas personas que no apoyaron activamente el régimen nazi sobrevivieron dentro de él. En una entrevista concedida en 1989, Haffner
dijo que no es que todos los alemanes fueran nazis, pero tampoco que el nazismo apenas afectara a la vida cotidiana: “Era posible vivir en cierto modo junto a él.”

Fulbrook ha demostrado cómo los alemanes de a pie se vieron arrastrados a “procesos de complicidad”. Bajo el nazismo, permanecer al margen mientras se perpetraban actos de violencia colectiva patrocinados por el Estado se convirtió gradualmente en la norma exigida. Los riesgos de hacer lo contrario eran muy reales. “Lo que podría ser una postura moralmente loable en un régimen liberal y democrático”, escribe Fulbrook, “puede ser, en otras circunstancias, potencialmente suicida”.

Si alguien en 2024 juzga a los espectadores alemanes de los crímenes nazis como “culpables” por no defender a las víctimas, lo hace de acuerdo con las obligaciones morales de una democracia liberal. Sin embargo, la ascensión de Hitler al poder en 1933 marcó el fin de la democracia alemana. El Tercer Reich era un estado policial brutal. Se animaba a la gente a denunciar a los opositores al régimen. La rebeldía conllevaba el riesgo de detención, encarcelamiento o “reeducación” política en un campo de concentración bajo Schutzhaft (“custodia protectora”).

Tanto en Alemania como en la comunidad internacional, todo el mundo tuvo que entender la violencia ejercida bajo el nazismo en sus propios términos. Ni siquiera las palabras “genocidio” y “Holocausto”, con las que desde entonces se ha definido la época, estaban aún en el vocabulario de la gente.

Rothberg sugiere que las categorías de héroes y villanos, víctimas y perpetradores, son inadecuadas para dar cuenta de los daños causados. Ir más allá de ellas también puede dilucidar la dinámica social destructiva de nuestro propio periodo.

25 ene 2024

La escuela como crucero recreativo y el triunfo del nuevo capitalismo

Esto es un dato. En el currículo de la Educación Secundaria Obligatoria (ESO), que se supone que compendia lo que un ciudadano debe saber y que ha sido hecho, esto es importante, por el autoproclamado Gobierno progresista, la palabra “filosofía” no aparece. No es solo que no exista ninguna materia de filosofía obligatoria en toda la ESO, olvídense del catecismo laico denominado Educación en Valores Cívicos y Éticos, sino que ni siquiera la palabra “filosofía”, o su derivado “filósofo” o “filósofa”, tiene presencia alguna, cero, en dicho currículo. Sin embargo, otro dato: la palabra “emprendimiento” aparece 23 veces citada, y “emprendedor” o “emprendedora” 55. Parece, por tanto, que hay un interés en que algo se marque en la conciencia de las nuevas generaciones y en que algo desaparezca, tal vez con la ilusión de que sea para siempre.

La finalidad última del proceso educativo puede entenderse de dos maneras distintas. Se puede educar prioritariamente para que los alumnos sean personas cultas y capaces de crear una opinión sobre la realidad, para lo que necesitan precisamente el legado cultural como contenido a impartir en las aulas; o bien se puede educar con la prioridad de que los alumnos acaben siendo personas competentes en la producción y adaptadas al modelo social vigente: en el lenguaje cursi actual, “resilientes”.

Los colegios e institutos reconvertidos en agencias de viajes para intercambios y en centros de actividades de recreo, características otrora de los cruceros más horteras, son el mayor ejemplo de todo este proceso de destrucción de la enseñanza como transmisión del legado cultural. Y a su vez son el triunfo absoluto de todo un sistema de explotación cuya única finalidad es la conversión de la vida humana en una mercancía con beneficio capitalista. Bienvenidos a la nueva educación como idiotización general de las masas.