22 abr 2021

El negocio de la salud. El modelo sanitario que nos espera.

Un compañero mío que trabajaba como técnico especialista para una agencia de ONU, durante su participación en un workshop en Bangkok sintió fuertes dolores abdominales. Decidió acudir al médico de un centro privado, la única alternativa que tenía. Tras explicarle los síntomas al médico que le atendió, este procedió a realizarle una exploración superficial de rutina, tras la cual le dijo a mi amigo: "puede ser algo muy grave; o bien  puede tener un cáncer o podría tener el virus del SIDA".

Cualquiera de nosotros en una situación semejante, reaccionaría como lo hizo mi amigo: le invadió un sentimiento de pánico; de repente, la vida pareció tambalearse dentro de su cabeza, el mundo se le vino abajo. El médico le dice: “podemos hacerle una prueba ahora mismo para saber qué tiene exactamente”. 

Todo esto ocurrió muy rápido y, poseído por un sentimiento de desesperación y pánico, mi amigo aceptó hacer los análisis y pruebas al instante, a pesar de que ya le han advertido que costarían 1.000 $. ¿Qué son mil dólares cuando te están diciendo que tu vida tiene una corta etiqueta de caducidad?

Un par de horas más tarde, y después de haber abonado la factura de los análisis y pruebas, el médico recibe de nuevo a mi amigo y le dice: “ha tenido suerte; apenas se trata de una intoxicación por haber comido algo en mal estado”. Mi amigo salió de allí radiante de alegría y euforia, después de haber vivido un infierno durante dos horas. Pero ya en frío, comienza a darse cuenta de lo que había pasado: le habían timado mil dólares. 

Cuando se reincorporó a las sesiones de trabajo del workshop, compartió con sus colegas lo que había pasado. Varios de ellos se burlaron cariñosamente, llamándole "novato": por lo que parecía, se trataba de una práctica habitual en las clínicas privadas.

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6 abr 2021

Los otros efectos secundarios de las vacunas

A ver, una pregunta tonta que me ronda desde hace meses, y que nunca me atrevo a hacer por no alimentar bulos ni dar aire a los plastas negacionistas: las multinacionales farmacéuticas esas de cuyas vacunas depende hoy nuestra salud y nuestra economía, ¿son las mismas multinacionales farmacéuticas de las que llevamos décadas desconfiando y echando pestes por sus prácticas turbias, una y otra vez denunciadas y a veces condenadas por corrupción,
sobornos, regalos a médicos, ensayos clínicos irregulares, presión sobre gobiernos e instituciones internacionales, financiación de partidos y candidatos presidenciales que favorezcan sus intereses, expolio de recursos naturales y riqueza biológica de países africanos, la crisis de los opiáceos en Estados Unidos, y mil y un comportamientos nada éticos, cuando no directamente criminales?

Sigo con mi pregunta, que tengo que coger aire: las multinacionales farmacéuticas esas de cuyas vacunas depende hoy etcétera, etcétera, ¿se trata por casualidad de las mismas multinacionales farmacéuticas que llevan décadas protagonizando denuncias y demandas de usuarios, todo tipo de investigaciones periodísticas y judiciales, además de cientos de entretenidísimos thrillers cinematográficos en los que intrépidos periodistas y médicos honrados destapan sus actuaciones mafiosas poniendo en riesgo su vida? ¿Hablamos tal vez de los mismos fabricantes acusados desde hace más de medio siglo de dedicar recursos a investigar según qué enfermedades en función de su rentabilidad, desarrollar preferentemente tratamientos crónicos antes que curativos para asegurar ingresos sin fin, o sacar enormes beneficios de nuestros miedos y ansiedades? ¿Los mismos que, contra la creencia de que la investigación progresa gracias a su esfuerzo, en realidad dedican un porcentaje pequeño de sus ganancias a investigar mientras se benefician una y otra vez del trabajo público de universidades, centros de investigación y hospitales por todo el planeta, y de enormes cantidades de dinero público?

Venga, tranquilícenme un poco, quítenme el susto del cuerpo: díganme que no, que no son las mismas; que las farmacéuticas que hoy fabrican y suministran nuestras vacunas contra el coronavirus no son las de los dos párrafos anteriores; que son otras, más transparentes, más éticas, más preocupadas por el bienestar de la humanidad y menos obsesionadas por el beneficio a toda costa.

No quiero ni pensar que nuestra salud y nuestra economía, es decir, nuestras vidas y nuestro futuro, estuvieran a merced de aquellos granujas.