A ver, una pregunta tonta que me ronda desde hace meses, y que nunca me atrevo a hacer por no alimentar bulos ni dar aire a los plastas negacionistas: las multinacionales farmacéuticas esas de cuyas vacunas depende hoy nuestra salud y nuestra economía, ¿son las mismas multinacionales farmacéuticas de las que llevamos décadas desconfiando y echando pestes por sus prácticas turbias, una y otra vez denunciadas y a veces condenadas por corrupción, sobornos, regalos a médicos, ensayos clínicos irregulares, presión sobre gobiernos e instituciones internacionales, financiación de partidos y candidatos presidenciales que favorezcan sus intereses, expolio de recursos naturales y riqueza biológica de países africanos, la crisis de los opiáceos en Estados Unidos, y mil y un comportamientos nada éticos, cuando no directamente criminales?
Sigo con mi pregunta, que tengo que coger aire: las multinacionales farmacéuticas esas de cuyas vacunas depende hoy etcétera, etcétera, ¿se trata por casualidad de las mismas multinacionales farmacéuticas que llevan décadas protagonizando denuncias y demandas de usuarios, todo tipo de investigaciones periodísticas y judiciales, además de cientos de entretenidísimos thrillers cinematográficos en los que intrépidos periodistas y médicos honrados destapan sus actuaciones mafiosas poniendo en riesgo su vida? ¿Hablamos tal vez de los mismos fabricantes acusados desde hace más de medio siglo de dedicar recursos a investigar según qué enfermedades en función de su rentabilidad, desarrollar preferentemente tratamientos crónicos antes que curativos para asegurar ingresos sin fin, o sacar enormes beneficios de nuestros miedos y ansiedades? ¿Los mismos que, contra la creencia de que la investigación progresa gracias a su esfuerzo, en realidad dedican un porcentaje pequeño de sus ganancias a investigar mientras se benefician una y otra vez del trabajo público de universidades, centros de investigación y hospitales por todo el planeta, y de enormes cantidades de dinero público?
Venga, tranquilícenme un poco, quítenme el susto del cuerpo: díganme que no, que no son las mismas; que las farmacéuticas que hoy fabrican y suministran nuestras vacunas contra el coronavirus no son las de los dos párrafos anteriores; que son otras, más transparentes, más éticas, más preocupadas por el bienestar de la humanidad y menos obsesionadas por el beneficio a toda costa.
No quiero ni pensar que nuestra salud y nuestra economía, es decir, nuestras vidas y nuestro futuro, estuvieran a merced de aquellos granujas.