Su crisis es evidente. Ni siquiera los propios partidos la niegan: nunca
antes los ciudadanos han confiado menos en ellos y aparecen en las
encuestas como uno de los mayores problemas de la sociedad. Su imagen
está bajo mínimos, tienen un enorme problema de credibilidad y no son
pocos los políticos que se enfrentan, a diario, con abucheos en casi
cualquier lugar al que acuden.
La responsabilidad es compartida: es del partido, del político. Y
también de la sociedad, que tolera o incluso premia electoralmente la
corrupción, que permite la mentira en el Parlamento o que se acostumbra a
esa trampa argumental que intenta igualar la responsabilidad política
con la responsabilidad penal; como si el único motivo que justifica una
dimisión en política fuese la entrada en prisión. ¿Mejores partidos?
Claro que sí. ¿Mejores políticos? Por supuesto. Pero para eso hacen
falta ciudadanos comprometidos, que hagan algo más que quejarse en
Twitter o en la barra del bar. VER