Un pensador experto logra una gran comprensión de los niveles mentales profundos, y está fuertemente comprometido con ser justo y ganar control sobre su propio egocentrismo.
Un pensador de tan alto nivel también exhibe un conocimiento y una percepción prácticos superiores, siempre reexaminando sus supuestos en busca de debilidades en su lógica y o la existencia de sesgos.
Un pensador experto tampoco se enfadaría por ser confrontado intelectualmente y pasaría una cantidad considerable de tiempo analizando sus propias respuestas. Ni tampoco tildará quienes defienden creencias diametralmente opuestas de «rojos», «cavernarios», «lunáticos liberales», «meapilas de la derecha» y un largo y creativo etcétera. Analizará las ideas y no a las personas o los grupos. Huirá como de la peste del "ad hominem". Estará vacunado para el llamado efecto Dunning-Kruger, es decir, la incapacidad de un sujeto a reconocer su propia ineptitud.
En tiempos en los que los ofendidos se molestan por cualquier afirmación que se salga mínimamente de sus parámetros mentales, o que te puedan cancelar porque te sales del tiesto, ya os podéis imaginar más o menos en qué peldaño del pensamiento se encuentra la mayoría de la sociedad:
¿Por qué todo esto es tan importante? Precisamente porque la mente humana, abandonada a su suerte, persigue lo que es inmediatamente más fácil y sencillo y está más ausente de incertidumbre. La mente adora lo que es cómodo y lo que sirve a sus intereses egoístas. Al mismo tiempo, naturalmente se resiste a lo que es difícil de comprender, a lo que implica complejidad, a lo que requiere penetrar en el pensamiento y las dificultades de los demás, sea empáticamente o simplemente intelectivamente.
Ya sea como educadores o simples personas de a pie, debemos tratar el pensamiento (el pensamiento de calidad) como nuestra máxima prioridad. Cuando aprendemos juntos como pensadores en desarrollo, cuando todos buscamos elevar nuestro pensamiento al siguiente nivel, y luego al siguiente, todos salimos beneficiados.