Mucho se ha hablado sobre la ‘utilidad’ de la filosofía. Un principio es cierto: la filosofía no es un conocimiento técnico que pueda ser usado en el mundo del ‘trabajo’. “El hombre trabaja para tener ocio”, sentencia Aristóteles, es en él donde nace propiamente el pensamiento reflexivo de la filosofía. Se trata de suspender toda mecánica para ‘criticar’ la realidad.
Sólo en este ámbito de escepticismo y análisis racional puede el ser humano encontrarse con la búsqueda de una verdad intersubjetiva. Esta Verdad, así con mayúscula, es necesaria para conseguir el anhelo más importante del ser humano el bien y la felicidad. Sólo a partir de una verdad podemos tomar ‘buenas’ decisiones. Es acá donde la filosofía se hace eminentemente “práctica” e inseparable de toda ‘buena voluntad’.
Si bien la filosofía no es útil para el trabajo mecánico y técnico, es esencialmente práctica para un ámbito mucho más importante para lo humano: el ámbito de la decisión moral. Por esto la filosofía es esencialmente ética. En definitiva el núcleo del pensamiento filosófico es la “actitud crítica” frente a una realidad que esconde sus verdades y nos amenaza con la ilusión y la apariencia.