Un profesor de historia en California, no supo responder a esta pregunta de uno de sus alumnos, así que comenzó un pequeño experimento. Primero, inculcó una gran noción de disciplina a sus alumnos, asignando a cada uno de ellos una tarea, creó el movimiento llamado "la tercera ola" e incluso creó un saludo (muy parecido al nazi) y un logo. El experimento cobró vida, y al tercer día, el número de alumnos de la clase aumento significativamente de 30 a 43, al final del día eran más de 200, el experimento se le había ido de las manos...
Su iniciativa genera en la clase La Ola, un movimiento social alternativo, que parece dar respuesta a los grandes desafíos del mundo contemporáneo. Los chavales se entusiasman, mejoran notablemente en autoestima e iniciativa, superan sus diferencias raciales y sociales, se implican en el diseño de lemas y logos, y hasta adoptan un uniforme común, compuesto por pantalón vaquero azul y camisa blanca. Las críticas de varias alumnas al experimento —cuestionado también por otros profesores y por grupos anarquistas— llevan la situación mucho más allá de lo que nadie había imaginado.
El guión y la puesta en escena de Dennis Gansel fuerzan algunas situaciones para hacerlas más verosímiles. Además, a veces se echa en falta un esfuerzo mayor de sutileza y elaboración. De todas formas, el conjunto logra su objetivo de inquietar al espectador y hacerle pensar, gracias especialmente a unas interpretaciones muy convincentes y a unas reflexiones certeras sobre la falta de horizontes de la juventud actual, y su consiguiente fragilidad moral, agravada a menudo por unas situaciones familiares lamentables, una escandalosa desigualdad social y un rastrero materialismo hedonista. En este sentido, la película constata los peligros que genera la capacidad de fascinación de un líder carismático —aquí, un profesor—, que encauce la latente rebeldía juvenil hacia un uso viciado de las virtudes básicas —la unidad, la amistad, la lealtad, el sacrificio, la confianza…—, cuyo atractivo sigue siendo universal.
Su iniciativa genera en la clase La Ola, un movimiento social alternativo, que parece dar respuesta a los grandes desafíos del mundo contemporáneo. Los chavales se entusiasman, mejoran notablemente en autoestima e iniciativa, superan sus diferencias raciales y sociales, se implican en el diseño de lemas y logos, y hasta adoptan un uniforme común, compuesto por pantalón vaquero azul y camisa blanca. Las críticas de varias alumnas al experimento —cuestionado también por otros profesores y por grupos anarquistas— llevan la situación mucho más allá de lo que nadie había imaginado.
El guión y la puesta en escena de Dennis Gansel fuerzan algunas situaciones para hacerlas más verosímiles. Además, a veces se echa en falta un esfuerzo mayor de sutileza y elaboración. De todas formas, el conjunto logra su objetivo de inquietar al espectador y hacerle pensar, gracias especialmente a unas interpretaciones muy convincentes y a unas reflexiones certeras sobre la falta de horizontes de la juventud actual, y su consiguiente fragilidad moral, agravada a menudo por unas situaciones familiares lamentables, una escandalosa desigualdad social y un rastrero materialismo hedonista. En este sentido, la película constata los peligros que genera la capacidad de fascinación de un líder carismático —aquí, un profesor—, que encauce la latente rebeldía juvenil hacia un uso viciado de las virtudes básicas —la unidad, la amistad, la lealtad, el sacrificio, la confianza…—, cuyo atractivo sigue siendo universal.
Una capacidad de fascinación, en fin, que podría transformar en infame dictadura hasta la más probada de las democracias.