Narra la historia de un “delincuente”, de espíritu libre, con fuego en las venas y lengua pronta, que finge locura y le ingresan en un manicomio, junto a los que él llama “pandilla de locos. R. P. McMurphy evita ir a la cárcel, haciéndose pasar por loco, para entrar en un hospital psiquiátrico. Es una forma de llevar una reclusión de forma más agradable. A su llegada al hospital se encuentra con un ambiente típico de esta clase de instituciones, un ambiente de represión y de miedo.
Su sentido de la vida choca muy pronto con el “orden” y la estremecedora rutina de los habitantes del manicomio Muy pronto, y gracias a él, sus compañeros de “hospedaje” van a darse cuenta de que existe algo muy diferente a lo que están viviendo cada día.
McMurphy comienza a reflexionar sobre su vida y la vida de sus compañeros dentro de la institución, e invita a los demás a que se animen a pensar por sí mismos y a tener una vida propia. Si es necesario, deben enfrentarse a aquello que les impida conseguir los objetivos. Puede haber quienes estén interesados en que no vivan, en que pasen por la vida de una forma amorfa, sirviendo para que otros puedan expresar su vida como dominio y poder sobre los demás.