En un mundo con más de siete mil quinientos millones de personas, sentirse especial es complicado y es fácil acabar abrumado por la tarea. Las sociedades modernas no solo nos permiten ser individuos, nos exigen serlo. Tenemos que demostrar que somos de los que son capaces de nadar río arriba, no de los que la corriente arrastra hacia la soledad y el olvido.
Hay distintas formas de hacerlo, pero una de las más reconfortantes es encaramarse en el pedestal de la superioridad moral.
Y eso es algo, querido lector, que está a tu alcance y a lo que no tienes por qué renunciar. No es ningún capricho. No es un lujo. Es tu derecho. En tu fuero interno tú ya sabes que eres buena persona, mejor que la mayoría, y si los demás no se quieren dar cuenta, es justo que se lo demuestres. Así que, si me lo permites, te voy a ayudar a ello. Te aseguro que es fácil. Solo tienes que seguir estos seis consejos:
1: Convierte todo debate en una confrontación moral
2: Menosprecia a los expertos
3: Elige el campo de batalla
4: Indígnate mucho, indígnate más
5: Usa sistemáticamente el ad hominem
6: Y, finalmente, el toque maestro: muéstrate magnánimo
En conclusión:
Si realmente lo quieres, el pedestal de la superioridad moral es tuyo, querido lector. Mientras otros pierden el tiempo informándose, tú móntate en él de un salto. A menudo las batallas no las gana ni el más fuerte ni el más sabio, sino el más audaz.
Se critica mucho el efecto Dunning-Kruger, pero quienes lo hacen se equivocan, porque no es una debilidad sino una fortaleza: te libera de la duda.
Y cabalgando sobre él, no hay meta que no puedas alcanzar.