24 feb 2019

La bestia negra de las democracias tiene nombre. Y no es populista

Burócrata es aquel que, estando en la Administración, tiene la autonomía y las atribuciones suficientes como para convertir la vida de las personas en un infierno. En este sentido, cuanto más arriba en el escalafón se sitúe un funcionario, más posibilidades existen de que se transforme en un burócrata, es decir, en un super funcionario que estará más pendiente de conservar y extender sus dominios, a costa de las libertades de todos, que de servir al ciudadano.

Aunque las democracias no hayan hecho más libres formalmente, en la práctica estamos perdiendo parcelas de libertad de manera vertiginosa, sobre todo en lo que se refiere a la libertad de hacer y de emprender. Y de este suceso son responsables los burócratas.


Si uno mira hacia atrás y compara el presente con el pasado, puede comprobarlo. Infinidad de actividades que hasta no hace mucho eran completamente libres, están hoy sometidas a rígidos reglamentos, certificaciones y trámites, y muchas de ellas, en la práctica, han sido prohibidas. Incluso se ha prohibido fumar en los clubes privados, donde se supone que estas reglas deberían establecerlas los socios y propietarios.

También los espacios de las ciudades son sometidos a más y más restricciones, especialmente en lo que atañe al automóvil, aunque no solo. La argumentación siempre es la misma: la seguridad de los ciudadanos. 

En definitiva, la hiperburocratización es una amenaza mayor para la libertad, la paz social y el empleo que la globalización, la robotización o la Inteligencia Artificial. Entre otras razones, porque no es un problema nuevo o a futuro, sino que lleva con nosotros mucho tiempo y no deja de expandirse. La mejor “política activa” para generar empleo sería empezar a depurar normas y meter en vereda a los burócratas. Pero de eso no escucharán debatir en las campañas electorales, mucho menos tomar medidas a los gobiernos. Porque la hiperburocratización es la palanca del poder. Sirve para generar constantemente nuevas estructuras administrativas, donde acomodar a más y más hermanos burócratas. Además, su incontinencia normativa sirve para dar y quitar oportunidades discrecionalmente, pagar favores y cobrarlos, porque el que hace la ley hace la trampa.

Para Nassim Nicholas Taleb, el mundo de hoy se divide en dos clases fundamentales, los que se juegan la piel y los que no se juegan nada. Los segundos serían los banqueros, los intelectuales y, sobre todo, los burócratas, porque, según dice Taleb, “sólo se someten al juicio subjetivo de otros burócratas, no a la presión por la supervivencia de la realidad. Si el mundo se quedara sin fontaneros, los echaríamos de menos de inmediato. Pero si los presuntos expertos desaparecieran, nadie les echaría de menos… salvo sus madres.”