Llevamos un año informando casi diariamente sobre las malas prácticas de Facebook mientras se multiplican los avisos sobre las herramientas gratuitas que basan su modelo de negocio en el minado de datos personales. Pero cada vez tienen más usuarios. ¿En qué nos estamos equivocando?
Es como si estuviéramos hablando con un cardiólgo y nos dijera: ¿en qué nos hemos equivocado si llevamos 30 años diciéndole a la gente que no se ponga hasta arriba de torreznos y resulta que la gente se sigue muriendo de ataques al corazón? El problema es que el cerebro humano funciona de una manera muy curiosa, siempre pensando en la recompensa inmediata. Cuando te ponen delante un producto adictivo, es muy complicado pensar a medio plazo. Porque el usuario piensa: sí, vale, es muy bueno comer verdura, pero hoy me voy a meter este bocata de panceta que está delicioso. Y ya a lo mejor este fin de semana corro un poco. Con la privacidad pasa un poco lo mismo.
Igual que hay que hacer un esfuerzo del córtex prefrontal para resistirse a caer en las garras de la grasaza, con las apps pasa lo mismo. Son verdaderas máquinas de hacernos adictos. Hay toda una tecnología de la adicción detrás del funcionamiento de todas las aplicaciones y servicios que usamos, es brillante cómo han utilizado la neurociencia para volvernos adictos.
Esa adicción nos lleva a tener la necesidad de entrar, ver las notificaciones, mandar un mensaje, ver qué ha dicho mi red, contestar a esta alerta que me ha llegado, sin pensar en el medio plazo de la recogida de datos.