... Pues bien, sumergido 24/7 en la ciudad y en publicidad desde el nacimiento, el cándido se ha creído que el mundo existe sólo para él y que sólo una injusticia podría privarle de disfrutarlo por completo. El mundo existe sólo para él, y en él el cándido podrá ser lo que desee, sin ningún límite, movido por un voluntarismo que funciona como criterio de verdad. ¿Quién se atreverá a negar a un joven que es un gato si él manifiesta su sentimiento de que lo es? Ser gato es acto de voluntad; no está materialmente determinado. We can be heroes just for one day.
El marketing ha convencido a los niños de que el mundo a su alrededor ha de responder a las necesidades que el propio marketing crea, las cuales pasan a ocupar el primer puesto dentro de la jerarquía de importancias en una psique hipercentrada en sí misma. Los sentimientos pasan a ser la escala que le es propia a todas las cosas. Esta idea ya no cambia, ni siquiera cuando el niño alcanza la edad adulta. La medida de todas las cosas deja de ser un orden moral y pasa a ser una historia privada cuyo único hilo de coherencia es el voluntarismo y el sentimentalismo del yo. La democracia deja de ser una negociación entre valores y pasa a ser una negociación entre gustos.
En su narcisismo y su arrogancia ignorante, con su maestría en el uso de la ironía y los zascas, el cándido se presenta como la cumbre de la pureza y la esencia humana, mientras Bernays se parte de risa recordando a las mujeres norteamericanas que tomaron conciencia reivindicativa de su condición de mujer fumando Lucky Strike. “Ese amor del que usted me habla lo inventamos hombres como yo para vender medias”, dice Don Draper a una clienta en el primer capítulo de “Mad men”. Las facultades de Psicología se abarrotan de cándidos, y, sin embargo, la visión del ser humano y del mundo que tienen esos graduados al término de sus estudios le debe más a Dulceida que a Freud o Skinner.