Norberto Bobbio decía que “la televisión es por naturaleza de derechas, no sólo porque ofrece una realidad confeccionada y carente de problemas más allá de la crónica de sucesos sino, sobre todo, porque depende fatalmente del sistema publicitario, que la pone en manos del poder económico y de sus intereses, raramente coincidentes con los de la mayoría de ciudadanos”.
Bobbio, creo, estaba en lo cierto. La televisión, que podía ser un instrumento magnífico para la democratización de la cultura y el conocimiento, es, por el contrario, un extraordinario medio para la idiotización, para el fomento de la indolencia colectiva, para crear esclavos, bobos, alienígenas, para la mentira, para impedir que los pueblos decidan por sí mismos y encaren su pasado y su futuro con ilusión, participación y espíritu crítico. De tal modo que hoy, a pesar de los esfuerzos hechos por algunas personas de relieve, pesa mucho más en la población la opinión de un futbolista o un Matamoros que lo dicho y escrito por José Luis Sampedro, Josep Fontana o Almudena Grandes.