Anda España buscando la sombra de Alicia, una mujer misteriosa de la que solo se sabe que fue elegante, tenía 65 años y que vivía en un barrio acomodado del centro de Madrid. No porque fuera una mujer dada al lujo, es que en el centro de Madrid vivir en un piso pequeño e infame ya es en sí mismo un lujo. Se suicidó cuando iba a ser desahuciada.
No podía pagar la renta de 500 euros a su casero, una empresa que alquila apartamentos. Siempre hay alguien dispuesto a decir que no todo el mundo puede vivir en el centro y que se vaya la gente al extrarradio, para que los ciudadanos no molestemos con nuestras manías de vida cotidiana a las empresas que están rebañando el negocio inmobiliario y engordando sus cuentas. O por qué no aceptar nuevas indignidades disfrazadas de moda como el 'coliving', compartir pisos con desconocidos, lo que nuestros abuelos definían como miseria de posguerra.
Con la crisis que empezó en 2007, en España aprendimos que hipotecarse era una tentación peligrosa, que el director del banco te puede engañar, que la orgía económica se acaba y que duran más las cuotas que los trabajos fijos. Desposeídos ya de propiedad, imposibilitados para que te den un crédito, los españoles han recalado en el alquiler, del que también se está expulsando a miles de ciudadanos en las grandes ciudades por la especulación inmobiliaria. Ningún gobierno de ningún partido ha sido capaz o ha querido poner la brida al negocio y a la burbuja inmobiliaria, que para muchos como Alicia no es una burbuja, sino una guillotina inmobiliaria.