12 sept 2017

El poder corrompe y daña el cerebro

Tener el poder de mandar a los demás produce sensaciones equivalentes a las de una droga en el cerebro. El poder anestesia ciertas regiones del cerebro, lo que vuelve a los jefes más productivos, pero al mismo tiempo más proclives a desarrollar una actitud altanera y arrogante.

Seguramente has escuchado, en clases sobre los grandes líderes políticos de la historia o en conversaciones políticas de bar, que el poder corrompe a las personas. Y ahora la ciencia demostró que esta creencia es totalmente auténtica: el poder, literalmente, destruye algunas habilidades en los poderosos. Y no estamos hablando de la moral, sino del cerebro.

Dacher Keltner, un investigador de la Universidad de Berkeley, concluyó que el comportamiento de un individuo bajo la influencia del poder se vuelve más impulsivo, y con una menor conciencia sobre los riesgos de sus decisiones. Peor aún: los líderes se vuelven cada vez peores cuando se trata de ponerse en los zapatos de los demás para intentar ver el mundo desde otro punto de vista. Dicho de otra forma, hay una relación inversamente proporcional entre el poder y la empatía.

Ese déficit de empatía que llega con el poder también ayuda a que los líderes se mantengan relevantes. De forma paralela, los vuelve desagradables, maleducados, impulsivos y capaces de echarlo todo a perder por subestimar riesgos todo el tiempo.

Los que les hace recuperar el enfoque y la cautela, son las personas. Especialmente aquellas que tienen el valor de decir la verdad y llamar la atención de los grandes líderes cuando el poder se les sube a la cabeza y los anestesia ante la necesidad de tratar a los demás con empatía. Si estás arriba en cualquier jerarquía, procura tener a una persona así cerca. Tu cerebro, tu sentido de la empatía y tus subordinados te lo agradecerán.