Todo bloque histórico u orden constituido -señalaba Antonio Gramsci-, se apoya no solo en la violencia o la capacidad coercitiva de la clase dominante sino, también, en la adhesión de los gobernados a la visión del mundo de la clase dominante.
Hoy, podríamos decir que, por poner dos ejemplos ilustres, los Friedrich Hayek y Milton Friedman actúan como grandes intelectuales de la clase dominante, creadores de la concepción hegemónica de la vida en la que estamos insertos. Intelectuales medios, omnipresentes en las universidades y los medios de comunicación, se han encargado de vulgarizar (en el sentido de hacerla asequible para todos los públicos) y difundir la filosofía de la clase dominante para, de este modo, lograr que las clases populares se hayan adherido a la causa neoliberal hasta el punto de convertirla en un sentido común.
Podemos encontrar ejemplos de ello constantemente. Uno de los más tristemente célebres es el famoso mantra de “habéis vivido por encima de vuestras posibilidades”. Esto podría considerarse la vulgarización de un consenso alrededor de las medidas de contracción del gasto público y la devaluación salarial, y el aumento del desempleo. Percibidas, estas políticas económicas y sus efectos, como una consecuencia lógica de nuestra irresponsabilidad (la de las clases populares) y la de gobiernos, derrochadores y sostenedores de vagos, de corte socialista.
Esta conformidad con el discurso hegemónico es evidente en amplios sectores de la sociedad, no caigamos en el error de pensar que estos ejemplos son los representantes de una minoría ideologizada de derechas entre la clase trabajadora. Se ha construido una nueva moral y formas de conducta institucionalizadas que obtienen una amplia adhesión entre las clases populares. Cada día nos acercamos más a la normalización de aquello de que no hay pobres sino losers.
Hoy tenemos la obligación de disputar algo tan necesario para la lucha y tan maleable como es el sentido común. Si no entendemos lo decisivo de este campo de batalla, desde luego que no encontraremos la explicación a los batacazos electorales en nuestra supuesta superioridad moral. Quizás encontremos un cómodo refugio, eso sí.