"Pecadores sí, corruptos no". Esta frase se repite como un mantra en el
pensamiento de Francisco. Una condena sin paliativos a la corrupción,
del tipo que sea: empresarial, política, judicial... y también
eclesiástica. Una actitud que, en opinión del Papa, "escandaliza" porque
"el corrupto hace de la corrupción un hábito mental, un modo de vida".
Para Francisco, "el corrupto es quien peca, no se arrepiente y finge ser
cristiano; quien se lamenta por la escasa seguridad en las calles, pero
después engaña al Estado evadiendo impuestos. Con su doble vida,
escandaliza", y con su actitud, destruye la convivencia.