“La justicia es igual para todos” decía hace un año y poco el rey en un sentido discurso navideño dirigiéndose a la cámara, a los ciudadanos. No podría haber elegido una afirmación más falsa el monarca. Desde entonces hemos visto como su yerno pasaba por los juzgados sin pena ni gloria, su hija sigue sin ser imputada, el expresidente de los empresarios experto en hundir empresas y familias evadía capitales, el vicepresidente pagaba en negro a sus empleados para poder pagarse sus más de 100 coches de lujo, se han indultado banqueros, policías y políticos, imputado al Juez Garzón por tocar el sacrosanto tema del franquismo y la financiación ilegal del PP, que el partido del Gobierno mantiene empleados a personas imputadas que gastan miles de euros en confeti con dinero de tramas mafiosas y que el Presidente está en manos de un tesorero, Bárcenas, que entre sobre y sobre tiene tiempo de irse a esquiar a Suiza, Canadá o donde le plazca con un maletín bajo el brazo lleno de millones de euros.
¿Y ha pasado algo? Pues no. Nada. Porque todo eso no habría sido posible si sus protagonistas no supieran de antemano que no les pasaría nada.
¿Y ha pasado algo? Pues no. Nada. Porque todo eso no habría sido posible si sus protagonistas no supieran de antemano que no les pasaría nada.
Cuando nos piden esfuerzos y esfuerzos mientras ellos, patriotas de hojalata, se llevan el dinero al extranjero, evaden impuestos o quiebran empresas dejando a familias sin ingresos llevándose pingues beneficios, recuerdo constantemente la adaptación al cine de Los Santos Inocentes. No se ha cambiado tanto.
Existe una fiesta, pero a nosotros no nos han invitado (Ver más >).
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