Enzarzarse dialécticamente con un fanático es, para una mente
sensata, una tarea inane que no conduce a nada salvo, quizá, a una
absurda desesperación. Sin embargo, puede ser práctico saber
identificarlos y aislarlos por precaución. Y es que los fanáticos siguen
todos un manual bastante previsible
Y es que, por encima de todo, el fanático es un excelente pelmazo.
Tiene que ser así para poder granjearse la antipatía del personal y
mostrarse entonces como una víctima de ataques imaginarios y poder así,
una vez más, desplegar todo su arsenal delirante.