El instinto se impone a la emoción y la razón en situaciones límite, pero las reacciones varían
¿Cómo tomamos decisiones y respondemos a las circunstancias de cada momento, razonando o dejándonos llevar por nuestros sentimientos?
¿Tiene fundamentos lógicos la crisis económica que padecemos, o responde en buena medida a factores emocionales que influyen en los gobernantes y en los agentes económicos y mercantiles?
En definitiva, ¿qué influye más en nuestro comportamiento, la emoción o la razón?
La neurociencia, al igual que el ciudadano medio, se ha hecho estas y otras preguntas de similar naturaleza. En 2008, el neurocientífico Luiz Pessoa, de la universidad estadounidense de Indiana, explicaba en Nature Review Neuroscience la dificultad para separar emoción y razón en la mente humana. Emoción y cognición, decía, no solo interactúan intensamente en el cerebro sino que frecuentemente funcionan de manera integrada y contribuyen conjuntamente al comportamiento. Ciertamente, el equilibrio y la coherencia entre lo que pensamos y lo que sentimos es clave para dirigir y estabilizar nuestro comportamiento, pero hay situaciones en que las circunstancias ambientales rompen ese equilibrio y alteran el modo ordinario de conducirnos dando casi siempre prioridad a la emoción. Los relevantes ejemplos históricos que aquí analizamos, como el hundimiento del Titanic hace cien años justo este sábado, lo demuestran.
Ignacio Morgado Bernal es catedrático de Psicobiología en el Instituto de Neurociencia de la Universidad Autónoma de Barcelona