Se han publicado decenas de artículos sobre la reticencia de los
anti-vacunas o los negadores del cambio climático a aceptar la evidencia
contraria a sus ideas. Casi todas las estrategias de intervención que
se diseñan para luchar contra estas creencias fracasan una y otra vez.
Las perspectivas de éxito resultan más desalentadoras, si cabe, cuando
tenemos en cuenta que incluso las personas especializadas en cuestionar
teorías y someterlas a prueba empírica son terriblemente reacias a
cambiar sus ideas cuando los datos les llevan la contraria. Me refiero,
cómo no, a los propios científicos.
O eso sugieren Clark Chinn y William Brewer en un sugerente artículo
con el que acabo de toparme por casualidad. Según estudios previos que
revisan en ese artículo, cuando los científicos se dan de bruces con un
dato contrario a sus teorías, sólo ocasionalmente cambian sus creencias.
En concreto, según la taxonomía de Chinn y Brewer, las ocho reacciones
posibles ante la evidencia contraria son;
(a) ignorar los datos,
(b)
negar los datos,
(c) excluir los datos,
(d) suspender el juicio,
(e)
reinterpretar los datos,
(f) aceptar los datos y hacer cambios
periféricos en la teoría, y
(g) aceptar los datos y cambiar las teorías.
No recuerdo si fue Thomas Kuhn o Max Planck quien dijo que la ciencia no
evoluciona porque las teorías nuevas triunfen, sino porque quienes se
oponen a ellas acaban muriéndose. Tal vez esa sea la novena y última
reacción ante la evidencia contraria.