La legitimidad de una democracia recae
sobre la capacidad de las personas para pensar por sí mismas y elaborar
criterios razonados a partir de la información que manejan, la cual se
pretende que sea una exposición fiel de los hechos; de lo contrario, las
decisiones avaladas por el pueblo han de ser erróneas por necesidad.
Con lo que había aprendido en materia de propaganda y desinformación, Lippmann,
demócrata convencido, concluyó que el gobierno del pueblo era una
imposibilidad: ni el ser humano, social y emocional por naturaleza,
alcanza a elaborar criterios propios racionales, ni la información que
maneja puede ser nunca fiel a los hechos.
La única salvación del sistema pasaba por que los “buenos” supieran manipular a las masas antes y mejor que los “malos”->.