El jefe de psicólogos que participaban en el experimento lo explica al final del documental:
Antes hubo la masa de fieles, la masa de trabajadores o la masa de soldados. Ahora también hay una masa formada por individuos televisualizados, porque han sido fabricados con el mismo molde, con la misma publicidad, con las mismas series, con los mismos concursos y los mismos programas. Y esa masa está controlada en su forma de pensar, en sus actitudes, en su comportamiento. Yo a eso lo llamo totalitarismo. Lo aceptamos porque no nos pegan ni nos meten en la cárcel. Así es.
Hasta Eichmann se enfermaba al visitar los campos de exterminio, pero durante casi todo el tiempo estaba sentado escribiendo órdenes. El hombre que, en el campo de concentración, echaba el Ciclón-B en las cámaras de gas podía justificar su conducta diciendo que se limitaba a cumplir órdenes superiores. Así, existe una fragmentación del acto humano total; nadie se enfrenta a las consecuencias de haber decidido ejecutar un acto infame. La persona que asume la responsabilidad se ha evaporado. Quizá sea éste el rasgo más común del mal socialmente organizado en la sociedad moderna.
Pero las implicaciones de nuestro estudio se aplican igualmente en situaciones menos extremas. Así, el conflicto entre conciencia y autoridad sólo en cierta medida es un problema filosófico o moral. Muchos sujetos del experimento comprendían, por lo menos en el plano teórico de los valores, que no debían seguir, pero no fueron capaces de traducir en actos su convicción. No se necesita una persona mala para servir en un mal sistema. La gente común se integra fácilmente en sistemas malévolos.
Antes hubo la masa de fieles, la masa de trabajadores o la masa de soldados. Ahora también hay una masa formada por individuos televisualizados, porque han sido fabricados con el mismo molde, con la misma publicidad, con las mismas series, con los mismos concursos y los mismos programas. Y esa masa está controlada en su forma de pensar, en sus actitudes, en su comportamiento. Yo a eso lo llamo totalitarismo. Lo aceptamos porque no nos pegan ni nos meten en la cárcel. Así es.
Hasta Eichmann se enfermaba al visitar los campos de exterminio, pero durante casi todo el tiempo estaba sentado escribiendo órdenes. El hombre que, en el campo de concentración, echaba el Ciclón-B en las cámaras de gas podía justificar su conducta diciendo que se limitaba a cumplir órdenes superiores. Así, existe una fragmentación del acto humano total; nadie se enfrenta a las consecuencias de haber decidido ejecutar un acto infame. La persona que asume la responsabilidad se ha evaporado. Quizá sea éste el rasgo más común del mal socialmente organizado en la sociedad moderna.
Pero las implicaciones de nuestro estudio se aplican igualmente en situaciones menos extremas. Así, el conflicto entre conciencia y autoridad sólo en cierta medida es un problema filosófico o moral. Muchos sujetos del experimento comprendían, por lo menos en el plano teórico de los valores, que no debían seguir, pero no fueron capaces de traducir en actos su convicción. No se necesita una persona mala para servir en un mal sistema. La gente común se integra fácilmente en sistemas malévolos.