El número uno de los ases del engaño es, sin lugar a dudas, José Manuel Quintía Barreiros, más conocido por la policía como Capitán Timo por su afición a utilizar guerreras como ropa de trabajo.
Esa especial fijación por la milicia ha hecho que Quintía se haya travestido de almirante, de coronel del servicio secreto, de capitán de fragata y, si hubiera hecho falta, de sargento Arensivia cuando ha hecho falta para embaucar a todo tipo de empresarios a los que siempre promete jugosos negocios a cambio de que adelantaran algo de dinero para las primeras gestiones. Luego, por supuesto, desparecía con los galones y el dinero.
Al dueño de una óptica le birló 88 millones de las antiguas pesetas prometiéndole un multimillonario contrato para vender gafas de sol al Ministerio de Defensa. A una empresa de telecomunicaciones, otros 20 millones de pesetas con la promesa de conseguirle partidas de móviles muy baratos en las bases norteamericanas en España. Y así un largo etcétera.
¿Qué cómo podían picar sus víctimas? Muy sencillo. Quintía no escatimaba ni en gastos ni en elementos efectistas a la hora de impresionarlas. Viajaba siempre en grandes berlinas engalanadas con un banderín español. Nunca faltaba un solícito chófer que le abriera la puerta. Y varios guardaespaldas le rodeaban en todo momento para terminar de hacer creíble que quien se presentaba ante los incautos era todo un gerifalte del Ministerio de Defensa. (Ver más >)