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Transeúntes indiferentes ante una tienda judía destruida y saqueada en la Alemania nazi. |
En Alemania existe una palabra, Mitläufer, para denominar al grueso de la población que durante el régimen de Hitler, “por indiferencia, apatía, conformismo, oportunismo o ceguera”, se convirtió en cómplice de los crímenes del nazismo. La periodista franco alemana Géraldine Schwarz (1974) incluye a sus abuelos paternos en ese grupo: “Mi abuela no se afilió al partido nazi pero estaba fascinada por el Führer, sentía un amor abstracto por él. Mi abuelo se aprovechó de las medidas antisemitas para comprar a precio de saldo el negocio de un judío que acabó en Auschwitz junto a su familia. Y cuando tras la guerra el único descendiente de este que sobrevivió reclamó a mi abuelo, él no aceptó su responsabilidad. Es sintomático de la sociedad alemana de los años 50: negar los crímenes, cualquier culpa, y la impunidad, pues las instituciones públicas estaban llenas de antiguos nazis y a la justicia no le interesaba remover los crímenes del pasado”.
No se queda la autora en el pasado sino que proyecta esas sombras al peligro de los totalitarismos y populismos de hoy -Trump, Bolsonaro, Salvini, Orbán, Vox…-, que asocian “empatía a debilidad y odio a valor”. “Ese mismo conformismo nos amenaza ahora ante el intento de la extrema derecha, y también de la extrema izquierda, de invertir la moral, en lo que el nazismo era muy bueno. Lo que ayer estaba bien hoy es malo, lo que ayer estaba mal hoy está bien. Mi abuelo y muchos alemanes fueron oportunistas porque les hicieron creer que eso era legal. Con mentiras la gente pierde sus puntos de referencia y es más fácil de manipular: cambias el sentido de la palabra libertad y la llenas de odio e intolerancia y conviertes la democracia en la democracia de un grupo que reivindica que representa al pueblo auténtico”.
Y vuelve a su familia. “Mi padre se enfrentó a mi abuelo por lo que hizo en la guerra, pero mi madre, francesa, nunca preguntó al suyo por ello a pesar de que él era gendarme y vivían cerca del campo de Drancy, de donde salían convoyes para Auschwitz. Por su trabajo tuvo que vigilar a gente que podía pasar clandestinamente. ¿A cuántos detuvo? ¿Cerró los ojos? No lo sé, quiero pensar que sí porque era de izquierdas. Creció en un entorno muy pobre y ser funcionario, un trabajo estable y seguro. No era un héroe para dejarlo o para impedir un convoy de deportados”. Lo importante, alerta, es “no llegar a esa situación en que es tan difícil decir ‘no’”. “Lo que sí es posible es impedir que un régimen o un partido populista o extremista llegue al poder, porque una vez lo tengan cerrarán la puerta a la democracia y las
libertades individuales”.