Se ha escrito mucho sobre la crisis de Estados Unidos. Se ha aludido a la complacencia y el fracaso de nuestras élites, a la ignorante furia de un segmento de la ciudadanía espiritualmente plebeyo, a la impotencia intelectual y política de buena parte del resto, a la ausencia de una conexión entre una intelligentsia crítica y los movimientos sociales que en el pasado aportaron sus ideas a la esfera pública, al quebrantamiento de la propia esfera pública y a la consiguiente atomización de la nación.
Esos diagnósticos son correctos. Lo que a veces se pasa por alto en nuestra situación es el factor propósito: lo que ha sufrido la democracia estadounidense ha sido un golpe de Estado encubierto. Sus autores ocupan los puestos más altos de los negocios y las finanzas, sus leales servidores dirigen las universidades, los medios de comunicación y gran parte de la cultura, e igualmente monopolizan el conocimiento profesional científico y técnico. (Ver más >)
El desprecio a los intelectuales, con el poco peso que hoy tienen en la sociedad americana, se explica por alguno de los valores que representan. Basta con recordar dos: la conciencia crítica y la necesidad de matizar, que es el fundamento del pensamiento alternativo y de su intervención en la realidad.
Al poder establecido le interesa desacreditar la conciencia crítica y para eso convierte en moda el descrédito generalizado. Le interesa también acabar con la capacidad de matización. En esta doble tarea cuenta no sólo con la ayuda de la telebasura, que reduce a los bajos instintos toda forma de sabiduría, sino con el izquierdismo demagógico de los que no consideran a nadie suficientemente puro. Los vociferantes escuchan poco y en su ruido le prestan un servicio a la liquidación reaccionaria de los valores democráticos.