Una mañana de 1972 se presentaba en la Universidad de California el
prestigioso Dr. Myron L. Fox para realizar una conferencia con
estudiantes y expertos doctores en medicina y psiquiatría.
Una sala expectante por la locución del señor Fox que terminó en sonoros aplausos ante el discurso que abría una nueva vía de discusión sobre la materia. Al día siguiente las críticas alabaron la conferencia. Ocurre que Fox no era Fox, era un actor que no sabía lo que estaba diciendo.
Una sala expectante por la locución del señor Fox que terminó en sonoros aplausos ante el discurso que abría una nueva vía de discusión sobre la materia. Al día siguiente las críticas alabaron la conferencia. Ocurre que Fox no era Fox, era un actor que no sabía lo que estaba diciendo.
El Efecto Doctor Fox es un ejemplo de lo que ocurre a diario y casi sin
darnos cuenta. En una era como la actual, donde la noticia que estamos
leyendo ya es caduca y donde la rapidez y la forma de consumir
información es voraz, creemos saber muchas cosas simplemente por
haberlas escuchado de pasada en un medio o en una persona a la que le
otorgamos validez sólo por su status o nombre, sin prestar atención a los detalles sobre la verdad o no de los hechos. Es lo que en filosofía se llama argumentos de autoridad, una falacia con la que convivimos cada día de manera irremediable.