Sin embargo, la sanidad pública ahora convertida al parecer en joya de la corona de cualquier administración (las competencias recaen sobre todo en las comunidades autónomas) había llegado con la lengua fuera a este reto tras años de recortes. Recortes impuestos con especial virulencia con la llegada de la crisis financiera de 2008 y sus consecuencias a largo plazo.
"Debemos transformar la crisis en una oportunidad para asegurar la sostenibilidad del sistema sanitario". Esta sentencia de 2012 esgrimida por uno de los encargados del área sanitaria del Partido Popular, José Ignacio Echániz, ilustra la trayectoria emprendida durante esos ejercicios y que se tradujo en la mengua de la inversión pública y la apuesta por la privatización con el objetivo de ajustar los presupuestos. Echániz fue ponente en el Congreso de la ley que permitió las "nuevas formas de gestión del Sistema Nacional de Salud", fue consejero de Sanidad en Madrid y más tarde de Castilla-La Mancha.
Al mismo tiempo, y al calor de la caída de recursos en el sector público, la sanidad privada ha florecido gracias al crecimiento de los seguros privados, el gasto directo de los hogares y los conciertos públicos.
Convaleciente de este periplo empobrecedor, la sanidad pública todavía padecía las consecuencias de este ciclo cuando estalló la crisis del coronavirus en 2020. Las costuras han estado a punto de estallar y la COVID-19 ha dejado ver las secuelas que arrastraba el Sistema Nacional de Salud. Con la pandemia todavía muy presente en España, una plataforma de sanitarios lanzó en mayo un mensaje y exigencia a los poderes públicos: "Que los aplausos se transformen en algo real".